miércoles, 15 de julio de 2015

La procesión va por dentro


Mi hija se llama Hortensia, como mi madre.
A primera vista se parece a mí porque tiene mi piel, mi pelo y mi mirada; pero observándola detenidamente se ve que también ha heredado muchos rasgos de su padre.
Cuando era un gorgojo yo la dormía tarareándole "El cant dels ocells"; y ahora, cada vez que oye esa canción se emociona.
A mí me llamaba Mamá y a su padre Papá-Pepe (quizá porque no tenía muy claro eso de decirle papá y que el resto del mundo lo llamara Pepe).
Su libro favorito era "Sin noticias de Gurb", de Eduardo Mendoza. Papá-Pepe se lo leía una y otra vez; le fascinaba.
Mi hija es mi lucerito y la razón de mi vida. Influye mucho en mí y yo influyo mucho en ella; y estamos tan unidas que no nos hace falta hablar para entendernos.
Ahora mi hija es una mujer y se va a independizar; y yo estoy alegre porque la veo ilusionada; y la voy a ayudar en todo lo que pueda; y todos vamos a ser felices; y no sé por qué, me pongo a llorar...

sábado, 11 de julio de 2015

¡Menudo culebrón!

El año pasado, al volver de vacaciones, entré en este blog. Lo hice porque necesitaba dar salida a mis escritos y éste me pareció un buen lugar para ello. Cuando coloqué el primero (Margarita y el estrés), quedé encantada con vuestra respuesta. No sólo porque muchos de vosotros lo leísteis, sino también porque vuestros comentarios fueron cálidos y acogedores (y muy generosos). Leyéndoos, enseguida me percaté de que estaba entre gente culta e inteligente, y necesité conoceros en persona. Cuando os tuve delante (a los que os tuve), no me defraudasteis, y me sentí honrada con vuestra amistad. 
Ahora, me encuentro con que revive una discordia que por lo visto viene de lejos y que amenaza con hacer saltar por los aires este lugar mágico de encuentro. Creo que los contendientes deberían dirimir sus asuntos en privado o ignorarse para siempre. También creo que si, mirando a una persona a los ojos o leyendo lo que escribe, descubres su alma, acabas viéndolo de otra manera y puedes pasar por encima de cualquier diferencia.

"Adagio" de Albinoni

Gracias Ángel por esta música tan sublime que has puesto en tu Post "La ciencia más antigua" ¿Sabes lo que he hecho mientras la escuchaba? Pues me he dejado el cuerpo sentado en la silla frente al ordenador, y me he ido en espíritu a vagar por unos lugares donde no hacía calor y donde no se sentía el prosaísmo de la vida. ¡Ha sido maravilloso! ¡Gracias! 

miércoles, 8 de julio de 2015

El minishort


Este verano observo con estupor que el uso de los pantalones cortos se ha extendido a las madres, así que el año que viene no me extrañaría que los lleváramos también las abuelas. Bueno, yo seguro que no; si Dios me permite conservar el buen gusto y la lucidez, no me veréis de esta guisa.
Es cierto que hay mujeres maduras que están muy bien, y que incluso tienen mejor tipo que sus hijas; pero a ciertas edades, yo creo que ni la carne está firme ni la piel lustrosa como para ir enseñándola. No sé... quizá estoy chapada a la antigua o tengo prejuicios, pero yo lo veo así. Ante una mujer mayor vestida con shorts (en la calle), siento incomodidad y pena.
Y ya con independencia de la edad, hay traseros feísimos y llenos de celutitis. Yo, cuando veo uno así, siempre pienso que su dueña no tiene espejo para verse por detrás; o que vive sola y no tiene a alguien que le advierta; o que su afán por seguir la moda ha anulado su sentido del ridículo.
Para más inri, en algunos modelos, las miniperneras se unen tan arriba y son tan ceñidas que marcan hasta la vulva; y eso, además de un horror, es antihigiénico.
En fin, que todo tiene su momento y su lugar; y los pantalones cortos, también.
P.D. Si no me deprimiera tanto pensar en ello (y traerlos al magín), os diría mi opinión sobre los modeletes que lucen algunos de nuestros coetáneos y demás edades (sobretodo los que combinan pantalón de bañador con camiseta de rejilla o sin mangas).

domingo, 5 de julio de 2015

Adulterio


En verano, cuando estoy en el pueblo, me gusta pasear por el campo al amanecer. El fresquito que hace a esas horas se me mete por los poros y me provoca un inmenso placer. El otro día vino conmigo mi paisana Teresa, y verdaderamente no me aburrí con ella. Al principio hablamos de naderías, pero en cuanto llegamos al llano se explayó. Me contó que desde hacía tiempo no tenía sexo con su marido, y que unos días antes había tenido un desliz con el obrero que le estaba azulejando la cocina.
Yo, que la tenía por circunspecta, me quedé pasmada; pero como me miraba de reojo, disimulé. Me fue dando detalles y al final no sabía si reír o llorar, porque todo el affaire era una tragicomedia digna de figurar en los anales del esperpento.
Al volver a casa se lo conté a mi marido y él alucinó tanto como yo; aún no lo hemos digerido.
¡Ojalá que este desvarío quede en nada y no tenga consecuencias desagradables para mi amiga!