sábado, 19 de diciembre de 2020

UNOS RENGLONES MUY LOCOS

 Mientras le quito la piel a un kiwi y me lo como, me acuerdo de cuando Tony Leblanc hizo lo mismo con una manzana en un programa de televisión. Tengo en la mente que fue una actuación genial... Debió de suceder en la década de los setenta del siglo pasado; probablemente en la segunda mitad.

Se me ocurre que yo podría describir el proceso de mondar una naranja; una operación con pocas fases porque soy capaz de quitarle la monda de una tacada. Aunque en esta habilidad siempre me ha ganado un muchacho del pueblo que se llama Damasceno. ¡Él sí que es un artista! Se saca del bolsillo una navaja cabritera que heredó de un abuelo matarife y en un plis plas convierte la corteza de la fruta en la más bella serpentina. Y después, para completar el espectáculo, desenrolla la tira de  piel y se la cuelga de una oreja. ¡Qué grande es mi amigo! Como es coplero, a veces me canta “Tatuaje” de una manera tan sentida que me hace llorar de la emoción. 

CANISIA Y EL ESPALDAR DE UNA SILLA

 Una vez, de pequeña, intenté pasar la cabeza por entre los maderos horizontales del respaldo de una silla. La niñera que me cuidaba, cuando advirtió mis intenciones, me dijo que no lo volviera a hacer y redobló la vigilancia; pero como yo era muy obstinada lo procuré de nuevo...

Fue un mediodía en el que todos los moradores de la casa andaban trastornados porque había veintidós frailes convidados a comer. Un momento en el que por tal motivo todo funcionaba fuera de su estado natural y nadie reparaba en mí; la ocasión que aproveché para concluir mi experimento...

Viéndome sola delante de aquel espaldar que me atraía de manera irresistible, hice una extraña torsión con el cuello y mi testa atravesó sus barrotes. Lo malo es que luego no la pude desatravesar y acabé dando el espectáculo: a mis lloros y gritos acudieron religiosos y seglares y aquello fue un pandemonio...

DE SILLAS Y POSADERAS

 Aquella silla colocada en la cocina conocía las asentaderas de toda la gente del pueblo. Es evidente que los que más se acomodaban en ella eran los moradores del casón; pero a lo largo del tiempo, creaturas de toda clase y condición iban apoyando sus glúteos en el asiento de enea. Personas sencillas, linajudas, menestrales, señoritingos sin oficio ni beneficio, clérigos, maestros, guardiaciviles...

Fuera cual fuera el tamaño de las nalgas colocadas sobre la espadaña, la poltrona procuraba no quejarse. ¡Y mira que a veces le costaba reprimir un crujido! Sobre todo cuando se trataba del gordinflas de Silvestre (el desparrame de sus posaderas cuando se sentaba era tal que lograr mantener la estabilidad en esas condiciones era casi un milagro)... Pero la silla no chistaba: apretaba sus junturas y a aguantar. Todo antes que la hicieran pedazos y la utilizaran como leña.

Y también había culos que ni fu ni fa; y culines que de tan pequeños le provocaban cosquillas. Traseros sin apenas carne a los que había que ponerles un cojín para que sus dueños no tuvieran la sensación de que se les clavaba la anea. Y a esta especie pertenecía el de la lagarta Guadalupe; una mujer muy flaca que si te tocaba te producía repelús de lo requetefría que estaba.

HACERSE EL SUECO

 ¿Quién no se ha hecho el sueco alguna vez? Para aquellos a los que nos horroriza inmiscuirnos en asuntos ajenos, fingir que no nos enteramos de extrañas disensiones es la mejor manera de obviarlas y de no tomar parte en ellas.

El inconveniente surge cuando algún listo o bienintencionado (que de todo hay en la viña del Señor) cree que somos tontos auténticos y se empeña en explicarnos lo que de sobra entendemos.

Y con este microrrelato me estoy refiriendo a algo que viví hace una eternidad.

LOS RECUERDOS DE EDUVIGIS

 Me gustaría saber qué clase de veneno lleva dentro la palabra educación que tanto rencor provoca. Conocer por qué esta voz despierta y remueve resentimientos arraigados a tal punto que consigue descolocar. Descubrir el motivo de que sólo la pronunciación de este vocablo pueda enemistar para siempre a los mejores amigos...

Y todo esto lo cuento porque hace diecisiete años, cuando discutía con un compañero, se me ocurrió aducir la diferente educación que habíamos recibido como causa que explicaría nuestra distinta manera de pensar... Entonces me hizo la cruz y raya y así seguimos.

OPINIONES DE UNA COJA

 Nunca he soportado los toqueteos en público; ni como actora ni como observadora. Las muestras de cariño (y mucho más las de pasión) a la vista de todos siempre me han parecido obscenas, ofensivas al pudor... 

Me he mostrado con tanta circunspección y he sido tan estricta en no sacar de la intimidad nada de lo que a ella le perteneciera que, cuando noviaba, mi prometido y yo más parecíamos una pareja de guardiaciviles que de enamorados.

Tampoco he ido jamás asida de la mano; ni de bracete... y eso a pesar de que soy un poco coja y de que tal práctica hubiera mejorado mi andar.

De lo que no me he privado en ningún tiempo y lugar es de esa caricia que consiste en que te rocen un instante la cintura...

LA MOSCA Y YO

 Yo de pequeña era muy leída y escribida; pero como también era muy dada al fantaseo, cuando me tragué la mosca lo pasé fatal. Esto debió de ocurrir por los años de 1961, poco después de que en el cine del pueblo echaran la película “Un rayo de luz”, de Marisol.

Supongo que sucedió por entonces porque no me podía quitar de la cabeza la canción “Corre, corre caballito” del mencionado filme; y esto explicaría por qué el insecto atravesó mi garganta en el momento en que gorgoriteaba dicha melodía.

En condiciones normales, la ingestión de un díptero tan repulsivo sólo me hubiera provocado asco e insatisfacción, ya que sabía como estaba constituido el cuerpo humano. Pero había salido a pasear en bicicleta con mi amiga Presentación y ella me dio la tarde. Bastó con que asegurara que a una prima suya le habían descubierto colgando de una costilla una pulsera que había engullido, para que yo comenzara a sentir el bicho revoloteando por todo mi interior. 

ERUDITOS A LA VIOLETA

 De vez en cuando, los auténticos eruditos en conciertos barrocos clamaban contra los advenedizos; y de un modo concreto dirigían sus dardos hacia Ramiro Cok, un influyente con muchos seguidores empeñado en adquirir la condición de intelectual.

En artículos de prensa deslizaban comentarios donde lo acusaban de estar pergeñando estudios sobre el mencionado estilo musical sin ningún rigor científico. Obras que carecían de la precisión y objetividad exigibles en una investigación de calidad; tratados seudocientíficos que estaban contaminando los conocimientos sobre el tema...

A lo que el susodicho, a través del altavoz que le proporcionaba La Red, les respondía tachándolos de excluyentes; de querer negar la posibilidad de acceder a la cultura a los demás. De haberse convertido en ratones de biblioteca sin ninguna capacidad de divulgación; de realizar un trabajo estéril; de ser la parte inútil del saber...

Y así, enviándose comentarios intencionados, siguieron uno y otros por largo tiempo.

EL APETITO MALSANO DE UNA TELEFONISTA-1970

 Sí, soy una cotilla. Mas me gustaría añadir que esta avidez por enterarme de los secretos de los demás no es un vicio, sino una enfermedad. Una pasión que no puedo reprimir y que me condiciona. Es cierto que antes de trabajar de telefonista ya mostraba propensión al chismorreo; pero es que desde que soy la encargada de la centralita del pueblo no puedo parar. A través de las líneas me llega lo oculto y mi morbo no deja de crecer...

Como sé que no debo escuchar las conversaciones de los abonados, procuro obrar con la máxima astucia, aunque esta mañana he tenido un desliz que me puede costar caro. Ha sido cuando Paca Nifú le estaba contando a Pepa Nifá las virtudes de no sé qué artilugio que se había comprado en París; y a mí, que soy una puritana, se me ha escapado una recriminación adjetival que las ha anonadado por completo.

¡Veremos cómo queda todo!

AURORA Y EL PENDIENTE NONISÍN

 Me gustaría escribir una historia para niños que se titulara “Aurora y el pendiente Nonisín”. Un cuento con ilustraciones que también haría yo y que, como su nombre indica, trataría de la amistad entre la pequeña Aurora y un zarcillo gigante. Un arete que había adquirido un tamaño descomunal a causa de un chorretón de perfume que le alcanzó de lleno cuando colgaba de la perilla de la oreja izquierda de una marquesa.

Pero el problema es que no sé cómo contarle a un crío semejante fantasía. He pasado muchos años sin relacionarme con estos seres diminutos, y las palabras que utilizaba para comunicarme con ellos se han ido de mi memoria. En la actualidad, el mundo que habitan es un arcano para mí, siéndome imposible llegar a alcanzarlo.

LA CAÍDA DE GRAVES

 En las situaciones rocambolescas me crezco. La amenaza del ridículo, lejos de amedrentarme, me estimula el ingenio y me añade un plus de atrevimiento que me ayuda a salir airosa del apuro. ¡Y cuidado que me he visto en conflictos de difícil resolución! No sé si se debe a mi desmaña o ha sido la casualidad, pero me he encontrado en circunstancias en las que podría haberme muerto de vergüenza... Mas  siempre he conseguido resultar aguda.

Una vez, en unos grandes almacenes, resbalé y fui a dar en el suelo. En medio del gentío, el porrazo de una mujer metida en carnes como yo debió de parecer un espectáculo tragicómico. Pues bien, en lugar de sentirme vencida por la humillación, me levanté con el garbo que pude; y a continuación, con voz alta y clara, les anuncié que acababan de presenciar la caída de graves. Ante mi comunicación, la mayoría quedó desconcertada; pero los que sabían de física comenzaron a aplaudir.

COLOQUIOS AMOROSOS

 Las conversaciones telefónicas entre Equis y Ye eran de lo más representativas en cuanto a informar de por dónde llevaban el tajo. Al comienzo de su relación, por ejemplo, aturdidos aún por el impacto de la flecha de cupido y con escasa conocencia recíproca, se hablaban a trompicones. Las palabras atropelladas y los silencios se interrumpían unos a otros, y todo en la charla resultaba poético e idealizado.

Después, y según iban avanzando en el reconocimiento mutuo, las pláticas a distancia se fueron trufando de carantoñas, zalamerías, sobrentendidos y toda clase de supinas tontedades inspiradas por los primeros descubrimientos... Y finalmente, en el siguiente estadio, Equis y Ye se valieron de las inflexiones de la voz para expresarse los más recónditos secretos. Vocablos quebrados que sólo ellos conocían y que les permitían adivinar y formular el deseo.

DESDE AQUESTA ESPECIE DE BAMBOLLA

 En aquesta especie de bambolla en la que vivo desde que empezó la pandemia y en relación con mi actividad creadora, tengo miedo a volverme repetitiva. A que mis historias dejen de sorprender y empiecen a resultar archisabidas. Pavor a no ser capaz de escribir algo novedoso y que, por centrarme demasiadas veces en el pasado, mis renglones parezcan rancios. Temo confundir la originalidad con la extravagancia y, en   mi sempiterno deseo de epatar, perderme en el terreno del absurdo. Me horroriza pensar que mis escasos lectores no puedan distinguir mi relato de hoy del que publiqué ayer o del que expondré mañana...

Y es que la burbuja en la que vivo me salvaguarda de la Covid, pero me tiene confundida, amedrentada y triste. Me impide interaccionar y me obliga a pensar cada vez con menos referencias. Necesito pincharla pronto; salir y andar por el mundo sin cortapisas. Dejar atrás este  hermético lugar que me aísla del exterior y donde sólo me relaciono con unos pocos...