sábado, 22 de febrero de 2020

DEMASIADO PAN


Hoy el tema de mi escrito iba a ser la metafísica; aunque, como me he comido casi una barra entera de pan en el desayuno, creo que lo que procede es hablar de este alimento básico. Yo soy panera y no lo soy. Me explico: me gusta comer pan con algo, pero soy incapaz de comer algo con pan. Tomo pan y chocolate al empezar el día, y un chusco con un poco de queso o jamón al caer la tarde. En cambio,  no concibo engullir un guiso con pan.
No sé si son manías mías, pero la masa de harina cocida me sabe mejor unos días que otros; y es evidente que esta mañana, me ha parecido un manjar. A las cuatro me he preparado el almuerzo y he pasado a ingerirlo: primero kiwi; y, después, un tazón de leche y una pieza de pan acompañada de ese alimento exquisito que se hace con cacao y se presenta en tabletas...
Y he empezado a comer y comer y a satisfacer mi apetito; pero, como el pan estaba tan bueno, continué zampando hasta que no quedó más.
¡Menos mal que tengo todo el día para gastar este exceso de condumio!  

LOS EFECTOS DE LA FALTA DE ALICIENTES SOBRE LA SALUD


En primavera, verano, otoño, invierno... En todas las estaciones cruzo la aldea montada en mi viejo cacharro, y siempre los encuentro en el mismo lugar: al hombre, sentado en un poyo en la puerta de su casa; y a las tres mujeres, debajo de la marquesina de la parada de un coche de línea que nunca van a tomar.
La inmovilidad de todos estos seres es tan absoluta que parecen suspendidos en el tiempo; y si no fuera porque sus ropas van cambiando según la estación, pensaría que se habían convertido en piedra.
Cuando paso escuchando un cedé de Los 5 Latinos, me miro y los miro; y mientras las notas de ”Solo tú”, “Pequeña flor”, “Tú eres mi destino” se desparraman por mi habitáculo, no puedo dejar de comparar el entusiasmo que me mueve a mí con la indiferencia que los paraliza a ellos; mi exaltación con su apatía... Y al empezar a sonar “El humo ciega tus ojos”, me pregunto en qué momento la falta de alicientes de aquel perdido lugar les jodió el deseo a aquellas cuatro personas.

EL CASQUETE POLAR


Encima de mi cabeza, el casquete polar está adquiriendo dimensiones considerables. Hace casi dos meses que no me tiño el pelo, y el blancor de las raíces avanza sin control. Ayer, cuando estaba en una tienda, me volví improvisamente y sorprendí a un muchacho mucho más alto que yo mirándome desde arriba la nívea zona, y riéndose. Para completar el cuadro, mis encanecidas sienes me dan la apariencia de tener entradas.
Desde hace días tengo en mi casa el tinte con el que podría acabar con esta catástrofe. Mi aspecto desaliñado y senil se tornaría en glamuroso con sólo aplicármelo, pero es que me da tal pereza ponerme a ello que nunca encuentro el momento. Y eso qué el  mejunje que gasto ahora no tiene nada que ver con la jena que me daba antaño. Para acometer aquel proceso sí que hacía falta valor. Claro que entonces era mucho más joven...

LO QUE LA CASA ESCONDÍA


La sordidez
Para mí, la sordidez moraba en aquella casa de la rinconada. Durante los días de invierno, me la imaginaba moviéndose impúdica entre los faldones de la mesa camilla; y, al llegar la primavera, suponía que trepaba por el jazmín. Su olor se entremezclaba con el del brasero de picón o el de las flores, hasta formar un tufo empalagoso y penetrante que llegaba a marear; un hedor que se incrustaba en las fosas nasales y del que era imposible sustraerse.

Tío y sobrina
La obscenidad convivía con dos personas que pasaban por ser tío y sobrina: un viejo renco que apenas hablaba, y una mujer madura a la que nunca se le deshacía la permanente. Seres que me resultaban nauseabundos, y a los que una vez sorprendí en  extraña situación. 

Contemplar el mundo desde arriba
Ocurrió cuando hice una excursión por los tejados, para contemplar el mundo desde arriba. Y lo que entreví a través del cristal deslustrado de un ventanuco fue a la doña y al cojo en el momento en que él procedía a lavarle los pies. Vislumbré una silla de enea frente a otra y una palangana entre las dos; una pastilla de jabón y una toalla con puntillas; piernas vestidas y piernas desnudas; manos que toqueteaban por varios lugares... Y lo que más me impactó, en medio del desconcierto, fue comprobar que las sortijas del cabello de la fémina se desenrizaban y se volvían a enrizar...

CÓMO ESCRIBIR UNA CARTA DE AMOR


Hace tiempo escribí una carta de amor de carácter burlesco. El destinatario era un alumno de informática imaginario. Recuerdo que hacer este relato fue una buena manera de divertirme y de ejercitar el ingenio.
Pero si tuviera que componer en serio una misiva de este tipo, no estoy segura de que lo supiera hacer. Supongo que para inspirarme me tumbaría en el sofá y pondría el cedé que contiene “Unforgettable”, “Moon River”, “Night and day”, “Blue Moon”... y, mientras las notas se esparcen por la habitación, dejaría que vinieran los recuerdos.
Imágenes enardecedoras que, junto con la música, avivarían mis sentimientos y mi pasión; y que, prácticamente, me dibujarían el relato en la cabeza. Unos renglones en los que el lenguaje no sería explícito sino evocador, para no romper la magia. Palabras que expresarían a la vez una rememoración y una propuesta; un repaso de lo vivido y una insinuación de lo que está por llegar...

UNA MUJER CON ESTILO


Ayer estuve charlando sobre el estilo con mi mejor amiga. Se trata de una mujer que resulta muy atractiva por su físico asimétrico y su gran personalidad. He aquí algunas de las cosas que me dijo: 
“Para mí, el estilo es algo vago, impreciso... Un toque de distinción que te hace aventajar a otros más guapos o más simpáticos que tú. Cuando alguien me dice que soy una mujer con estilo, e intuyo que lo cree verdaderamente, experimento una gran satisfacción, porque ésta es una cualidad que valoro mucho. Pero también me ha ocurrido, y precisamente por la inconcreción de este piropo, que otros lo han utilizado para salir del paso; porque, sin gustarles mi físico, querían mostrarse corteses al verme por primera vez. A estos últimos yo les agradezco sus buenas intenciones; pero me gustaría decirles que no necesito sus lisonjas; que me resultan patéticas; y que con ellas lo que consiguen es abatirme por completo”.

KIRA Y YO


No recuerdo haber tenido nunca ninguna mala experiencia con perros ni gatos; y sin embargo, me causan terror...
Pero con Kira, la mascota de la casa de al lado, logro dominar esta ansiedad. La veo cuando estoy en el pueblo: es una Schnauzer sal y pimienta a la que conozco desde que nació. He estado enterada de todos los avatares de su vida, y he presenciado su plenitud; y ahora, con doce años y una cardiopatía, estoy asistiendo a su declive. Cuando durante el paseo la veo desfallecer, y sus dueños tienen que volver con ella en brazos, me acuerdo del tiempo en el que se mostraba incansable jugando a la pelota, o yendo a coger la piña que te instaba a que le lanzaras lejos una y otra vez.
Sé positivamente que yo soy de los humanos que mejor le caen; y he de decir que ella a mí me conmueve. Acostumbra a recibirme ladrando lo justo para no asustarme; y le gusta echarse a mis pies. Si le acaricio el lomo con ternura intenta encaramarse a mi halda; pero el respingo que doy la asusta y retrocede...

AQUELLOS CON LOS QUE BAILÁBAMOS


Si tuviera que explicar cómo era el comportamiento de los chicos durante el baile agarrado, en los guateques, haría una ordenación con cinco clases. Y los títulos respectivos serían: El tocón, El correcto, El meditabundo, El santurrón y El interesante.

El tocón
Este ejemplar, como su nombre indica, iba directamente a meter mano; o, como diría un cura de la época, se trataba de un salido al que le podía la lascivia. Excepto que la partenaire compartiera sus intenciones, era agobiante bailar con él. Sus extremidades parecían multiplicarse; y constantemente había que estar pidiéndole que subiera la mano; que apartara la cabeza; que no te asiera con tanta fuerza...

El correcto
En este conjunto incluiría a los modosos; los tímidos; los que no sentían una atracción especial por la persona que tenían entre los brazos y estaban bailando con ella por compromiso... La conducta de los individuos de esta especie era irreprochable; pero como solían pecar de sosos, la experiencia resultaba baldía; como que ni fu ni fa...

El meditabundo
Esta figura, sea porque fuera su natural, o porque había bebido más sangría de la conveniente, parecía estar sumida siempre en profundas cavilaciones. Apenas hablaba; y, más que mover los pies acompasadamente, lo que hacía era arrastrarlos. No era mala pareja de baile pues a la vez que sentías su calor, podías concentrarte en tus propios pensamientos.

El santurrón
Como bailaba completamente encorvado, a este espécimen lo identificabas enseguida. Para evitar rozar a la muchacha que tenía delante, era capaz de contorsionarse hasta el infinito. Se creaban situaciones grotescas; y resultaba muy incómodo danzar con ellos.

El interesante
Para mí, este era el mejor. El que sabía que la principal arma de seducción es el cerebro y la empleaba con denuedo. Aún recuerdo, como uno de los mejores momentos de mi vida, una conversación entre un muchacho y yo, mientras nos movíamos al compás de “Hier encore”

LEONA Y EL SÉPTIMO ARTE


En el instante en que Aarón y yo cruzamos la mirada, nos quedamos prendados uno del otro; y después de unos días, ya andábamos entusiasmados y locos de amor.
Como cinéfilos empedernidos, asistíamos a cuantas matinés de las salas de arte y ensayo nos permitían las clases; y, algunos sábados, acudíamos a los locales de sesión continua para ver filmes antiguos.
En la Nochevieja de 1970, cuando fuimos invitados a una fiesta que requería traje de noche, yo me vestí con uno igual al que llevaba Lauren Bacall en “El trompetista”; y, durante toda la velada, Aarón y yo estuvimos bailando con el mismo arrebatamiento que lo hacían ella y Kirk Douglas en dicha película (aunque hay que señalar que en nuestro caso la música fue diferente: “Ne me quitte pas”, “Dio come ti amo”...). 
Después, cuando apareció la palabra “Fin” y los proyectores se apagaron, Aarón y yo nos fuimos de aquella mansión y, en un lugar encantado, comenzamos a rodar una nueva cinta... 

LO QUE CAMILA DESCUBRIÓ EN UN GUATEQUE


La primera vez que oí “Je reviens te chercher”, me prendé de ella. Ocurrió durante la celebración de un guateque en el chalé de una amiga, a las afueras de la ciudad. Recuerdo que enseguida que empezó a sonar reconocí la voz de Gilbert Bécaud, pero como no sabía de qué canción se trataba, me dirigí al lugar donde se hallaba el picú para informarme. Allí, la interesante desconocida que había puesto el disco me mostró el álbum que lo contenía, y añadió que lo había comprado aquella misma mañana en unos grandes almacenes. Y, mientras yo lo miraba y remiraba con el propósito de adquirirlo en cuanto tuviera ocasión, un sosias de Jean-Paul Belmondo me sacó a bailar...
Todo esto debió de suceder por los años de 1968.

CUANDO LOS AMIGOS DE UNO NO SON DEL AGRADO DEL OTRO


 Sé que a pesar de que no te gustan algunas de mis amigas, alternas con ellas para complacerme a mí. También advierto que me acompañas a ciertos lugares por el mismo motivo... Te estoy agradecida por ambas cosas y quiero corresponderte; pero no me pidas que asista al almuerzo de Teodoro, porque yo a ese tío no lo puedo soportar. Es un fatuo; y con esa voz tan engolada... ¡No, no! ¡Es imposible! Cuando lo veo contando grandezas y desdeñando los logros de los demás, me entran ganas de confrontarlo con su pobre y triste realidad.
Mira, si quieres te acompaño a ver a Basilio, que aunque tampoco me cae bien, lo puedo aguantar. O a Felipe, que ya sabes que no es santo de mi devoción, pero sí me esforzaría en mostrarme simpática por agradarte a ti. Lo que sea, menos ir a la comida de ese ser arrogante y altanero llamado Teodoro.  

EL HÁBITO DE SANTIGUARSE


Esta mañana me he despertado pensando que con tanto como llevo escrito, dentro de poco no voy a tener nada que contar. Que me va a ser imposible componer cosas nuevas, y voy a precisar hacer versiones de antiguos relatos. Pero entonces me he dicho que la imaginación es inagotable y que lo mejor está por llegar; que, como todos los que escribimos sabemos, basta mirar a nuestro alrededor o rebuscar en la memoria para encontrar ese algo que pone la fantasía a trabajar. Esa inspiración que hace que enseguida surja una historia: 

    “La mía empieza ayer, cuando unos niños me vieron santiguarme y se quedaron    alucinados. Probablemente pensaron que yo era una extraterrestre que se estaba comunicando por medio de señales con otros seres del exterior. Y es que en estos tiempos, excepto en la iglesia, casi nadie se hace la señal de la cruz. Yo me santiguo siempre que emprendo un viaje largo o me encuentro en una situación que puede entrañar peligro. Y si el desplazamiento lo hago en mi propio coche, aprovecho la soledad que me brinda, y en vez de santiguarme me persigno y digo un pequeño rezo. Y por supuesto que a continuación, me pongo el cinturón de seguridad y subo el volumen del cedé para mantener alejado el sueño”.

NON HO L'ETÀ


Me preocupa que, a medida que me hago mayor, el miedo a hacer el ridículo me vaya acogotando y me impida desarrollar mi creatividad. Antes no lo había experimentado; pero ahora, menudean las veces en las que este sentimiento aparece, acompañado de una voz que me asegura que ya no tengo edad. Que a mis muchos años no procede escribir sobre amor y sexo; vestirse con esas faldas largas y con grandes lazadas que me encantan; ponerse a bailar cuando siento el deseo súbito de hacerlo; entusiasmarse demasiado y ponerse colorada... En definitiva, que resulta anómala cualquier conducta que se aparte de ese estereotipo de seriedad y circunspección relacionado con la senectud. Y ese grito machacón añade que lo que se le disculpa a un joven no se le perdona a un viejo; y que lo que en uno puede parecer genial, en el otro es posible que resulte patético... 
Y yo, que siempre he procurado no confundirme con el común de las gentes, y jamás me ha importado su opinión, temo ahora su menosprecio. Lo que puede ocurrir el día en que la decadencia me impida distinguir lo excelso de lo mediocre y acabe haciendo el ridículo.