sábado, 19 de enero de 2019

¡Cómo voy a poder ser feliz el año próximo!


Esta mañana, cuando he abierto el ordenador y lo he visto inundado de mensajes con buenos deseos, me han dado ganas de ponerme a gritar. Y es que la vida es durísima; y el destino, con su ceguera y crueldad, nos hace putadas inconmensurables de las que apenas nos podemos defender.
Yo, por ejemplo, no sólo no he sido agraciada por la lotería, sino que encima, ésta le ha ido a tocar a la persona que más detesto; a la que siempre ha rivalizado conmigo en ser la mejor; y la única que se cree con méritos para hacerme sombra... ¡a mí!
Para mayor escarnio, su casa y la mía forman rinconá y estoy condenada a verla a todas horas. Desde el día del sorteo anda pavoneándose por el pueblo; y, si antes era afectada, ahora ha desaparecido de su persona cualquier atisbo de naturalidad o sencillez. Y lo peor es la actitud de muchos paisanos. Estoy segura de que a la mayoría de ellos les da cien patadas la suerte de la vecina; pero fingen alegrarse y no dejan de darle los parabienes y de bailarle el agua.
¡Qué desgracia! ¡Con la cantidad de gente que hay en el mundo y ha tenido que tocarle el gordo a ella!
Este escrito es fruto de mi imaginación. Me lo acabo de inventar. Además es una tontería porque la envidia corroe poco.
¡Feliz Año Nuevo a todos!

Una mujer desengañada


-Mi matrimonio es un desastre - me dice de pronto Aquilina.
-Pues como el de la mayoría - le contesto yo. A estas edades y después de tanto tiempo...
-No. Como el del común de las gentes no. El aborrecimiento que nos profesamos mi cónyuge y yo es superior a la media; raya con el infinito.
-¿Y por qué no os separáis?
-Porque nos sentimos más seguros así; porque estamos a las puertas de la vejez y tenemos miedo.
-¿Sólo por eso?
-Y también por comodidad. A estas alturas nos horroriza cualquier cambio.
-Entonces no te quejes.
-No, si normalmente no me quejo; pero es que me has pillado con el temple adecuado para desahogar el ánimo y lo estoy haciendo.
-Pues tú dirás.
-Mira, hasta hace unos años aún nos peleábamos, pero ahora ni eso. Con tal de que no nos tengamos que hablar... Ni siquiera nos miramos. El otro día, después de no sé cuánto tiempo, no tuve más remedio que fijarme en él. Fue cuando cayó sentado enfrente de mí en la casa de un amigo. Lo encontré muy viejo y deslucido...
-¿Y qué os ha llevado a esta situación?
-Pues supongo que la raíz del problema es la decepción. El no haber respondido ninguno de los dos a lo que el otro esperaba. En mi caso, lo que le reconvengo es su deslealtad; el no haberse puesto nunca de mi lado cuando alguien o algo me ha herido. El haberse negado sistemáticamente a reconocer y apreciar mi valía; su mala educación... Siempre he pensado que se siente inferior a mí, y que por eso se regodea con todo lo que me humilla.
-Te comprendo, Aquilina; pero ¿por qué no intentáis una postrera conversación? Ya sé que la ilusión es imposible recuperarla, pero podríais llegar a una especie de acuerdo para poder hablar de política, por ejemplo.

La Sección Femenina y yo


Llegaron al pueblo por los años de 1960 y se hospedaron en la casona de J... No recuerdo cuántas eran, aunque sí que vestían de azul. En mi imaginación las veo con una especie de correaje por encima de las camisas, pero no estoy segura de que esto último esté en consonancia con la realidad. De lo que no me cabe duda es de que andaban con pasos marciales; y de que parecían tener siempre el ánimo exaltado. Y a pesar de todo eran simpáticas y vivarachas. De aquel periodo conservo dos fotografías en blanco y negro en las que aparecemos todas las niñas del pueblo en perfecta formación.
Luego vino el Servicio Social. Lo presté en una organización administrativa durante un verano. Fue recién hecho el primer curso de carrera y recuerdo que lo pasé muy bien. De aquella época guardo la imagen de una mujer con el pelo cobrizo, que trabajaba allí, y que fumaba cigarrillos Winston. Era enigmática y sofisticada; y ese no sé qué que encerraba me atraía y me incomodaba por igual.
Y por último está el libro. Se trata del Manual de Cocina de la Delegación Nacional de la Sección Femenina. Es muy característico y antaño estaba en todas las casas. Me lo regaló mi tía cuando me casé, y tengo que confesar (y no es una boutade) que nunca lo he abierto. ¡Eso sí, lo guardo como oro en paño!  

Coartar la libertad


Como me gusta cantar y lo hago muy bien, he grabado un elepé con mis composiciones. Es una edición limitada; que no está a la venta; y que voy a regalar a mis amigos.
Uno de ellos, cuando le entero de mi intención, se muestra remiso y me comenta que si acepta mi presente ya no será libre. Que su conducta posterior se verá condicionada por este hecho y que no podrá mandarme a la porra cuando me lo merezca.
Y yo le digo que en el devenir de las relaciones estos condicionamientos son inevitables y mutuos. Que me mande a la porra cuando quiera y que el agradecimiento que sentiré si me acepta el obsequio también podría influir en mi comportamiento hacia él (intentaré por todos los medios que esto no ocurra). Añado que no faltaba más sino que, encima que va  a sufrir mis gorgoritos, pagara por ello. Que sería diferente si mi disco estuviera comercializado, porque entonces tendría la facultad de adquirirlo o no. Que si soy yo la que se empeña en que lo tenga, lo lógico y natural es que se lo regale. Que, que, que...
Y ahora me tengo que ir. Buen día a todos.

Comidas, comistrajos y fritangas perjudiciales para la salud


Más que asegurar que Rufina es una inepta para la cocina, lo preciso sería decir que jamás ha tenido el mínimo interés en aprender este noble arte.
Médico como Hipócrates, la susodicha sabe que la buena alimentación es fundamental para mantener la salud y cuida la suya con esmero; pero en cuanto a lo de hacerla sabrosa, nunca ha encontrado la razón...
Y habiendo dado en los dos párrafos anteriores pruebas palmarias de que Rufina no es con el sentido del gusto con el que más disfruta, quiero insistir en que es una defensora a ultranza de la buena alimentación y que lleva a rajatabla la suya. También   aprovecha cualquier oportunidad para instruir a los demás en tan importante materia. Y eso a pesar de que a veces encuentra hábitos tan arraigados e ignorantes tan estólidos que sus palabras tienen el mismo efecto que una gota de agua sobre una piedra berroqueña.

¿Moño alto o moño bajo?


No sé si me haré moño alto o moño bajo, pero seguro que al evento voy a llevar los cabellos enroscados. Y también voy a lucir flequillo: el verano pasado me lo recorté por la mitad de la frente y me quité treinta años de encima. Así que, en esta ocasión, voy a hacer lo mismo. Y en lo que atañe a la indumentaria, voy a cubrirme con un conjunto de entretiempo que me compré en Albacete y que aún no he estrenado. Y calzada con taconazos, por supuesto.
Pero a mí lo que me preocupa no es lo de fuera, sino lo de dentro. Y es que, a medida que me hago mayor, voy controlando menos las emociones. Ahora, por ejemplo, cuando veo a una persona con buena educación, me conmueve por lo extraordinaria que resulta; y si encima es joven y conjuga correctamente el verbo caber, la conmoción que tengo es tremenda.
En fin, que me han invitado a una reunión de índole social y que intentaré asistir muy elegante y derrochando encanto.

Un sufijo en un pueblo de Albacete


Dedicado a todos los fuentealameros

En mi pueblo hablamos muy bien. Es cierto que, como nuestros vecinos murcianos, acabamos las palabras en -ico; pero esto, que para las cuestiones formales puede ser un inconveniente, en los asuntos amorosos resulta una bendición. Porque ¡dónde va a parar que un pretendiente te susurre al oído que eres lo más bonico que ha visto en su vida a que te diga escuetamente que eres bonita! En el primer caso te comerías a besos al aspirante a novio; mientras que en el segundo, lo rechazarías por cursi...
También es indudable que pronunciamos a menudo “pijo” y “odo”; aunque lo hacemos con tanta gracia y tan oportunamente que, dichas por nosotros, estas palabras malsonantes se transforman en pintorescas expresiones que avivan nuestra conversación.
Y, con estas y otras características, nos expresamos con elegancia y sencillez; tenemos un amplio vocabulario y a la sangría la llamamos cuerva.