viernes, 16 de enero de 2015

El Umbral del Infinito


Los ancianos me provocan una inmensa ternura; sobre todo si han entrado en eso que yo llamo el Umbral del Infinito. Clara parece estar en este estadio. Antes, con sus achaques y su dignidad a cuestas, Clara leía; hacía crucigramas; acudía al casal a jugar al mus; veía Pasapalabra... Pero ahora está perdiendo el interés por todo, y cada día se aísla más.
En poco tiempo ha dado un bajón tremendo, y aunque los análisis están normales, ella no puede con su alma. Le cuesta mucho deglutir, andar, defecar... y cuando consiente en salir a la calle para moverse un poco y tomar el sol vuelve agotada. De silla de ruedas no quiere ni hablar.
No soporta los sermones de sus hijos ni el bullicio de sus bisnietos, y sólo quiere paz y tranquilidad.
En sus muchas horas acostada hace repaso de su vida: recuerda su niñez, su mocedad, el día que se casó... y se comunica con su marido. A él se encomendó siempre que tuvo algún problema en sus años de viudez, y ahora le dice que ya no tiene ganas ni de oír misa por la radio y que pronto se reunirá con él.