domingo, 18 de abril de 2021

LA MATRACA ESCRITURAL

 Hay que procurar escribir cada día. No es preciso que sean quince líneas; con que los renglones tengan sentido basta con tres. Éste es el consejo que, reiteradamente, doy a la gente madura; mi matraca escritural.

Reconozco que mi sugerencia tiene escasa aceptación entre quienes nunca han plasmado una idea en el papel; pero yo no cejo. Cuando consigo convencer a alguien de que coja lápiz y cuartilla, toda mi insistencia la doy por bien empleada.

A mis sufridos escuchantes les digo que, para estrenarse como narradores, quizá es mejor hacerlo con algo que tenga argumento. Pero ésta es mi modesta opinión y cada uno puede empezar como se le antoje. 

Yo ahora estoy en una fase en la que, más que contar realidades, lo que me apetece es partir de ellas e idear. Coger una lista de la compra, por ejemplo, y convertirla en un escrito apasionante y cautivador; o séase lo que en román paladino se diría hacer prodigios.

POESÍA EN LA TELETIENDA

 I

Cuando por curiosidad entré en el expuesto mar de la teletienda, lo hice convencida de que mi naturaleza espartana y racionalidad me mantendrían a salvo de cualquier tentación. Pero el canto de sus sirenas resultó tan seductor que, como la mayoría de navegantes, acabé sucumbiendo a sus incitaciones.

II

Nada más comenzada la travesía, las nereidas, con sus voces melodiosas, me enteraron de las excelencias de un exprimidor. Mientras lo hacían, dibujaron en la superficie del agua el instrumento estrujando frutas a tutiplén; y fue tal su espectacularidad que ya no concebía la vida sin este dispositivo. Luego siguieron con un afilador de cuchillos, navajas y machetes; y después con unos zapatos que masajeaban los pies... Y como los productos tenían rebaja si se adquirían antes de equis tiempo, lo compré todo inmediatamente.

III

El momento en el que la llamada de las ninfas se hizo más irresistible fue cuando anunciaron una colección de novelas del siglo XIX y otra de discos de música romántica. Para entonces mi tarjeta estaba temblando; mas como ambas se podían pagar en cómodos plazos, también las pedí. 

LOS MOMENTOS SWING

 Llevo unos días de mucho trajín; jornadas en las que literalmente no tengo un minuto libre. Fechas en las que me veo obligada a hacer todo con premura...

Me gusta el ajetreo mental y físico; pero tanto azacaneo a mi edad es, como diría un castizo, “malismo pa la salú”. Me noto impaciente, acelerada, a punto de sufrir un ataque de nervios...

Echo de menos las horas vacías; el disponer de tiempo para poderlo perder. Y, sobre todo, noto la falta de los momentos swing. Esos ratos en los que me tumbaba en el sofá y, mientras escuchaba música, dejaba que mi pensamiento vagase por el inacabable mundo de la fantasía.

Yo los llamaba momentos swing porque este estilo es uno de mis preferidos; pero eran muchas las obras y los intérpretes que podían ocupar dicho espacio. Recuerdo especialmente a Plácido Domingo cantando “E lucevan le stelle” de Tosca; Camarón y “La Tarara”; Carlos Santana y su “Evil Ways”; Moncho e “Historia de un amor”...


EL BELLO GUTIERRE Y UNA CORBATA CON UN GRAN PERO

 Este cuento se lo dedico a Luis. Algo muy divertido que dijo sobre un chándal me ha servido de inspiración.

EL BELLO GUTIERRE Y UNA CORBATA CON UN GRAN PERO

Doña Muniadona aleccionaba a sus alumnos sobre la conveniencia de ser prudentes en el momento de comprar. Les aconsejaba que no se dejaran deslumbrar por el brillo de los artículos expuestos y que consideraran sus posibles inconvenientes. Añadía que recordaran que en el seno de la perfección casi siempre puede anidar algún defecto.

Para ilustrar y fortalecer su opinión, la maestra les ponía a sus discípulos el ejemplo de don Gutierre, un otoñal de buena planta que fue a comprarse una corbata y acabó escarmentado. 

Explicaba que, cuando el susodicho llegó a la tienda, se prendó de una chalina de color dorado con bordaduras verdes que hacían juego con sus ojos. Una prenda que le pareció tan chic que no pudo evitar comprarla, pese a que costaba un pico y a que era tan delicada que sólo con poner los ojos en ella se deterioraba.

Siguió contando la mentora que, a raíz de la adquisición de la corbata, Gutierre empezó a ser conocido con los apelativos de “el Guapo” por las mañanas y “el “Desaseado” por las tardes. Y esto era así porque, a lo largo del día (y tal como le había advertido el dependiente de la corbatería), cada vez que alguien contemplaba la lindura del maduro galán, en su chalina aparecía un lamparón.

EL BICHO RARO

 I. El antro

Para acceder al interior de “El Bicho Raro”, primero teníamos que cruzar un bar estrecho y mal alumbrado; un local con una barra en forma de ese, en la que los clientes parecían rumiar sus penas delante de una copa...

Después pasábamos por entre unos cortinones de terciopelo rojo que tenían un poder  mágico: la facultad de impedir la entrada a los biempensantes y gente de parecido jaez...

Y por último llegábamos al lugar más recóndito de la caverna. Un espacio resguardado de convencionalismos; y, por lo tanto, de ambiente liberal. Una pista de baile en la que sonaba “Hier encore” de Charles Aznavour, mientras tú te aplicabas en recorrer mi talle una y otra vez...

II. Eustasio y el pipermín

Una tarde, Eustasio, el dueño de la gruta, nos invitó a tomar un pipermín en sus aposentos. Desinhibido por los efluvios del licor, nos contó que había intentado ser cura, militar, notario como su cuñado... pero que en ninguna carrera había logrado encajar. Añadió que, cuando vivía en su casa, su padre no le dirigía la palabra; la madre y la hermana iban de soponcio en soponcio; y el notario lo trataba con displicencia. 

III. La heterodoxia de Eustasio

Finalmente, abandonando toda causticidad, nos dijo algo que me pareció muy interesante y que voy a intentar reproducir: 

“Si uno es una persona heterodoxa y la visión que tiene de las cosas no coincide con la de la mayoría, se tiene que revestir de tres capas de moral para no desfallecer. Necesita valerse de toda su fortaleza para afrontar una realidad que las más de las veces le resulta ajena, y a la que no consigue acomodarse. Tiene que levantarse cada día, y tratar de sobrevivir en un mundo que siempre le parece que está al revés...”


BENDITOS AÑOS VIVIDOS

 De pequeñas, Florita y yo teníamos la misma edad; pero, en el presente, le llevo tantos años que podría ser su abuela. ¿Y a qué se debe tan desconcertante hecho, se preguntarán algunos? Pues muy sencillo: a que, desde que ambas nos adentramos en la treintena, yo he seguido cumpliendo tacos cada trescientos sesenta y cinco días,  mientras que ella lo ha hecho cada setecientos treinta o con un lapso aún mayor.

Y con algunos famosos me sucede igual que con mi amiga: en tiempos pretéritos tenían un decenio más que yo, y ahora son un quindenio más jóvenes.

De seguir así, una servidora será dentro de poco una vieja vetusta con muchos inviernos vividos; y los renombrados y mi allegada, unos jovenzuelos con muchos abriles y primaveras por cumplir.

LAS PALABRAS DE JUAN Y LA CREMA DE COTY

 Juan, en uno de sus relatos, dijo que llegó a conocer París mejor que los canchales de su pueblo; y yo me sentí identificada con él. Desde entonces me rondan sus palabras; y, como a cada momento que pasa me parecen más precisas y más preciosas, ganas me dan de escribir un libro sobre esta ciudad e iniciarlo con ellas.

Imagino que, a algunos, la aseveración de nuestro amigo les parecerá una boutade; una exageración dicha con el ánimo de epatar. Otros, los que no conciben que se pueda ser patriota y cosmopolita a la vez, la juzgarán como una especie de injuria; y también habrá quien opine que la frase en cuestión es una soberana estupidez...

Pero los que pensamos con Hemingway que París era una fiesta; los que antes de visitarla por primera vez ya la conocíamos porque habíamos crecido empapándonos de su cultura; los que vivimos prendados de ella y no podemos resistirnos a su influjo; los que hemos tenido una abuela que recibía las cremas de Coty de esta ciudad... ¡estamos con Juan!

TIMOTEO AL DESNUDO

 El sábado próximo se va a celebrar un concurso de disfraces en el recinto de la piscina de mi pueblo; y a mí, Timoteo Pérez, no se me ocurre con qué máscara puedo participar. 

Sé que mi vecina Tomasa va a acudir travestida de lámpara. Ayer, cuando entré en su casa, apareció delante de mí de esta guisa y me dejó asombrado con su caracterización. ¡Si hasta su cabeza era como una bombilla que se iba encendiendo y apagando conforme avanzaba! Al verla pensé que era imposible que alguien la pudiera superar; me quedé convencido de que sería ella la ganadora.

También conozco que Valero y sus cuñados están buscando un burro y una cabra para formar un grupo cíngaro; y que Cecilio “el Fideo” va a ir de tarjeta postal.

Ahora, mientras estoy cavilando sobre este asunto en un banco de la plaza, he visto pasar a mi sosias (un hombre con pinta de haragán) y me ha venido una idea a las mientes. Consiste en concurrir al certamen haciendo de vago... ¡pero sin artificio de ninguna clase! ¡Valiéndome sólo de mi expresividad! Si logro que los espectadores reconozcan al holgazán que llevo dentro en medio de tanto disfraz, seguro que me dan el primer premio.

QUERIDÍSIMO ELISEO

 No te puedes imaginar cómo valoro nuestra amistad, Eliseo. Me pareces una persona extraordinaria y te quiero mucho; por ello, y para evitar que nuestra relación se malogre, creo que deberías decirme el motivo del malestar que ahora muestras conmigo. Y no me niegues la existencia de dicha desazón porque no cuela. Recuerda que te conozco desde hace tiempo y que soy capaz de advertir cualquier cambio que se produzca en tu estado de ánimo.

Con el ansia de despejar la situación, pienso en cuál ha sido mi comportamiento respecto a ti, y por más que lo examine no encuentro en él nada digno de reproche. Mi lealtad continúa inquebrantable; y el respeto y la admiración que te tengo no han mermado.

Como conozco que eres muy picajoso, siempre me he guardado de ironías y sarcasmos, ya que cualquier broma en este sentido te podía ofender. Es cierto que tengo un carácter insoportable, pero no recuerdo haberte dicho o hecho ningún despropósito que haya podido originar tu enfado. No sé, seguro que todo se debe a un malentendido...

LA PALABRA PILINGUI Y EL ACLARADOR DE DUDAS

 I. El haiga

Un día de 1960, cuando Germana y sus amigas estaban jugando en la plaza del pueblo, vieron aparecer un haiga impresionante. Después de dar dos vueltas a la fuente, el cochazo se detuvo en la puerta de la fonda y de él bajaron un hombre y una mujer ataviados con mucho aparato. La fémina, cual estrella hollywoodiana, llevaba un abrigo de pieles, tacones de aguja, collar de perlas y gafas negras. Y su acompañante vestía un traje rayado con chaleco, semejante a los que lucían los potentados en las películas.

II. La curiosidad

Deslumbradas ante tanta pompa desplegada, las púberas se acercaron a un grupo de curiosos con el ánimo de enterarse  de quiénes eran aquellos seres que parecían extraterrestres... Y fue en ese momento cuando escucharon a un lugareño referirse a la extraña viajera con el nombre de pilingui.

III. El oráculo Josafat

Dispuestas a averiguar el significado de aquel término que no conocían, y que intuían que escondía algún secreto, las chiquillas lograron juntar las tres pesetas que costaba consultar al aclarador de dudas, y acudieron a pedir su parecer... Pero Josafat, que así se llamaba el oráculo, en vez de resolverles algo, lo que hizo fue confundirlas más. Les dijo que una pilingui era una mujer que se dedicaba a actividades nada convencionales; y añadió que esa manera de comportarse en el pueblo era la propia de una esnob. Así, y se quedó tan fresco... Ni por un momento se le ocurrió que aquellas niñas no tenían ni idea de lo que quería decir la palabra convencional, y aún menos esnob.


Nota.- La primera vez que oí la palabra pilingui pensé que quería decir zancuda. Y si llegué a esta conclusión fue porque la mujer a la que le aplicaban este término tenía las piernas muy largas.

PUCHO Y LOS VERBOS REGULARES, IRREGULARES Y DEFECTIVOS

 En uno de sus relatos, Pucho decía que la protagonista del mismo no sabía ni conjugar el verbo amar. Sé que sus palabras tenían un sentido figurado; pero me puse a reflexionar sobre ellas en su significado literal, y concluí que cualquier persona que conociera medianamente el español sí sería capaz de hacerlo. Y lo mismo ocurriría con todos los verbos que, como amar, fueran regulares. 

Pero no lo veo tan claro en lo que se refiere a los irregulares; a los que no siguen las normas fijadas... porque ¿quién se atrevería a recitar de buenas a primeras el imperativo del verbo erguir? Yo confieso que preferiría no verme en esa tesitura.

Y ya el colmo son los defectivos. Una vez había un maestro que, por ser muy utilizada la palabra arrecir en el lugar donde daba clase, le pedía a sus alumnos que enunciaran el presente de indicativo de este verbo. ¡Intentadlo, por favor! 

LIMPIANDO A RITMO DE CHACHACHÁ

 El sillón es beis; un color muy bonito, pero muy sucio. Cuando me prendé de él en la tienda y lo compré, no consideré este particular; y ahora estoy pagando las consecuencias.

Resulta que en su respaldar, a la altura del lugar donde se apoya la cabeza, salió hace unos días una mancha que no sé cómo quitar. Apareció inopinadamente; de la noche a la mañana. Era redondeada, negruzca, con los bordes precisos y terroríficamente asquerosa; deslucía por completo mi butaca... 

Intenté hacerla desaparecer lavándola con agua y jabón. La estuve frotando con un cepillo al ritmo de un chachachá porque creí que así ejecutaría la tarea con más ardor. Y al final, lo único que conseguí fue que la mancha se hiciese manchurrón y que brotara una especie de borra de la superficie de la tela.

Ahora dudo sobre cómo solucionarlo. Lo único que se me ocurre es tejer un tapete de ganchillo y colocarlo en el respaldo, cubriendo la asquerosidad. Y de paso voy a confeccionar dos más para los brazos, ya que he advertido que empiezan a negrear.  


SI LA PANDEMIA NO EXISTIERA

 Si no existiera la pandemia, hoy estaría en el pueblo. A estas horas ya habría hecho gimnasia, desayunado, preparado la comida, duchado... Y quizá, después de tanta actividad concluida, me hubiera vuelto a acostar. Es este caso me hallaría tumbada cuan larga soy mirando al techo. Sin almohada; en la que es mi posición favorita para pensar. Recogiéndome y meditando sobre lo que significa el Domingo de Ramos...

Si la pandemia no existiera, al tercer toque de campana llamando a los fieles, me dirigiría a la plaza hecha un brazo de mar y me apostaría con mis amigas en el puesto de cascaruja y refrescos de una de ellas para ver salir la procesión.

Si no existiera la pandemia, esta mañana hubiera tenido la oportunidad de encontrarme con paisanos a los que dejé de ver hace muchísimo tiempo. Amigos que en épocas pasadas formaron parte de mi vida, y de los que luego nada supe. Niños con los que jugué de pequeña y que la vida me hubiese devuelto convertidos en abuelos.

Si no existiera la pandemia, además del profundo sentido religioso, hoy para mí hubiera sido un día de encuentro.  

DEL BOLERO A LA RUMBA

 Anoche me tomé una copa de champán mientras oía música, y la combinación de las dos cosas hizo un efecto extraordinario en mi cabeza...

Aunque no podría fijar con claridad lo que sucedió, diría que tuve una transportación; una especie de embeleso en el que salí de mi cuerpo e hice un viaje astral.

Todo empezó con la canción “Corazón loco”; cuando la voz dulce y envolvente de Diego el Cigala se esparció por la habitación explicando cómo se pueden querer a dos mujeres a la vez... Entonces, en mi pensamiento, sustituí a esas dos féminas por caballeros y me sentí embargada y estimulada al mismo tiempo. Los recuerdos y la fantasía se mezclaron en un extraño batiburrillo y entré en un estado maravilloso de confusión... 

Pero acabó el bolero e, inmediatamente después, llegó la rumba. Los Chichos, con su poderío, entonaron “Mujer Cruel” y sentí que mi paseo por las estrellas había terminado. En la pieza, los intérpretes le recriminaban amargamente a una dama el hecho de que hubiera podido amar a dos varones simultáneamente, y yo lo vi como una llamada a guardar el decoro debido. 

DE ALBERCOQUES Y RIBAZOS

 A mí, de pequeña, lo que más me gustaba hacer era comer albercoques verdes y rular por los ribazos. Y puesto que ambas cosas sólo las podía ejecutar en primavera, la llegada de esta estación me llenaba de júbilo.

De hecho, en mi mente infantil, la primavera se dibujaba como una maga que cada año venía al pueblo a repartir felicidad. Una hechicera que traía un vestido de colores irradiador de luz y calor, y ante la que los lugareños se mostraban cautivados. Y además creía que el frío y desagradable invierno, envidioso de su poder de seducción, corría a agazaparse allende el cerro Tomatón en cuanto adivinaba su presencia.

Esta mujer fantástica traedora de la dicha llenaba los campos desnudos con yerba, amapolas y margaritas para que los niños pudieran rodar por sus pendientes; y también colgaba miles de albercoques de las ramas de los albercoqueros, con el fin de que todo el que quisiera pudiera provocarse una indigestión.

EL SOPICALDO COMO INSTRUMENTO DE DOMINACIÓN

 Nunca entendí por qué aquel hombre ejercía tanta autoridad en la familia de Balbina. Lo consideraban el oráculo; y a su casa acudían todos los descendientes, colaterales y allegados buscando consejo.

A mí, cuando fui con mi amiga a visitarlo, me cayó fatal. Me pareció un ser de ningún modo dialogante; que pontificaba en vez de hablar; y aferrado pertinazmente a ideas y costumbres obsoletas.

En las seis o siete horas que permanecí en su casa, no paró de emitir dictámenes sin moverse de la cabecera de la mesa; y cuando en un momento intenté refutarle una sentencia que me pareció el sumun de la necedad, me dirigió una mirada hostil para después ignorarme por completo.

Al mediodía, la mujer sumisa y aparentemente infeliz del jerarca trajo un cuenco lleno de sopicaldo y nos repartió unos cubiertos a todos los presentes. Y ante mi sorpresa y consternación, el paterfamilias dejó de perorar; metió su cuchara en el líquido y sentenció que ya podíamos empezar.