viernes, 29 de enero de 2016

Dando coces por la vida


Ayer tarifé con una amiga. Lo sentí mucho, pero me faltó al respeto y eso no lo puedo consentir.
Fue en el Mercat dels Encants, después de comprar un mundillo y bolillos de colores.
Mi amiga, que es más buena que el pan, va por el mundo dándoselas de brava y esto la va abocando a quedarse sin amigos. Su problema es que es muy vulnerable y la han hecho mucho padecer; y como es incapaz de encontrar la felicidad, se resarce dando coces a diestro y siniestro. Atendiendo a estas circunstancias, yo le he disculpado muchos exabruptos, pero mi paciencia tiene un límite y ayer lo rebasó.
Todo sucedió en el bar, cuando después de recorrer las galerías desde los puestos de quincalla a los de antigüedades, nos sentamos a tomar un piscolabis. Mi amiga sacó su iPad y me pidió que leyera un artículo cuyo tema no hace al caso. Lo leí con atención y enseguida me percaté de que era infumable; de que estaba pésimamente escrito y resultaba trasnochado. Bien, pues como se me ocurrió opinar que era mediocre, y por lo visto a ella le parecía el súmmum de la calidad, me tachó de un sinfín de cosas, y prácticamente me insultó.

Ya he dicho que lo siento, pero el camino no es ir ofendiendo a los que te quieren por muy mal que lo estés pasando. Lo que procede es confiar en ellos y cultivar su amistad.

viernes, 22 de enero de 2016

De la mojama al jamón


Un dicho popular muy ordinario clasifica a las mujeres, a partir de la menopausia, en dos categorías: las que se ajamonan y las que se amojaman. 
Y ahora, después de este preámbulo, comprendo que estéis indignados y con la sensibilidad herida. Yo, cuando oí por primera vez semejante vulgaridad, también lo estuve. Necesité sumergirme en un texto lírico y escuchar música barroca para descontaminarme. Hacedlo vosotros; y una vez limpios y puros, volved. Aquí os espero para explicaros mi propia metamorfosis; mi conversión en cecina. 
Alrededor de los cincuenta años, coincidiendo con los cambios que estaban teniendo lugar en mi cuerpo, sufrí un golpe tremendo que me partió la vida en dos; y a partir de ese momento, yo, que nunca había estado gorda, comencé a adelgazar. Al principio era bueno porque me daba agilidad y me quitaba años de encima, pero acabé quedándome demasiado flaca. La gente así me lo decía, y a mí se me llevaban los demonios porque lo consideraba una intromisión en mi vida privada y porque no podía hacer nada para remediarlo (comía normal). Ahora mi peso permanece estable, me siento ágil y tengo buena salud; pero, de un tiempo a esta parte, noto que me estoy acecinando. Que además de seca y enjuta voy adquiriendo el aspecto de la mojama. El asunto me preocupa: ¿será que mi sino es devenir en pasa?

sábado, 16 de enero de 2016

Una boda de postín


En abril tengo una boda, y cuando pienso en ella, me entra un temblor...
Cuando me invitaron, me sentí halagada y contenta: halagada por el hecho de que gente de abolengo contara conmigo para un evento familiar; y contenta porque me parecía la ocasión ideal para alternar y para ponerme los perejiles.
Pero yo no había considerado el maldito parné; el coste de todo aquello; la repercusión que el asunto podía tener en mi modesta economía.
Para empezar tenía que pensar en el regalo. Como desconocía qué era lo adecuado y cuál debía ser su montante, pedí a otros convidados que me ilustraran. Cuando lo hicieron, un escalofrío recorrió mi espina dorsal, aunque procuré que no se me notara. Aquellas cifras me parecían astronómicas; estaban fuera de mis posibilidades... 
Y además había que contar con la indumentaria que tendríamos que llevar. Mi marido tenía un traje negro que le sentaba de maravilla y no tendría que comprarse nada; pero yo, como el convite era por la tarde, necesitaría un vestido de cóctel, unos zapatos y un chal o un mantón de Manila. Me pasó por la cabeza comprar la tela y que mi cuñada me confeccionara un modelo que acababa de ver en una revista; pero deseché la idea enseguida, porque el vestido era muy sencillo, y esos trajes solo sientan bien si los hace un buen modisto.
En fin, amigos: lo cierto es que el día de la boda cada vez está más cerca; que asistir es un lujo que no me puedo permitir; y que no sé como salir del lance sin menoscabar mi orgullo.

Una historia de amor, o Cómo escribir un “best seller”


Me gustaría escribir un superventas que me convirtiera en millonaria; pero no sé de qué. Me imagino que, para que fuera asequible a todo el mundo, tendría que contar la historia con frases cortas y sencillas; que me tendría que bastar con las trescientas palabras de uso común; que tendría prohibido matizar, y por tanto emplear el punto y coma..., pero lo que se me resiste es el género. Porque: ¿de qué lo escribo? ¿Pornográfico? Imposible; me lo impide el recato y el sentido del ridículo... ¿De intriga? Me da pereza... ¿Policíaco? Podría ser...
¡Ah! Ya sé... será romántica. Contaré la historia de amor de Ana y Manuel. El escenario donde se desarrollarán los hechos será Begur y sus calas; y el tiempo, por los años de 1970. La cosa tendrá morbo porque Manuel será miembro de una congregación; y Ana, hija de otro cofrade. Para que no falte de nada, añadiré más inconvenientes: barreras sociales, diferencia de edad, terceras personas (él tendrá novia)... ;y hasta creo que daría mucho juego un confesor entrometido.
Diré que nada más verse, él se prendará de ella y ella de él; y para ambos empezará la tortura de no poder llevar adelante su amor. Él se debatirá entre el deber y la pasión; entre lo moral y lo inmoral; entre la vida y la muerte...; y ella, con una mente más libre de prejuicios, irá del desconcierto a la frustración.
En mi libro también habrá un poco de erotismo. Vendrá dado por un viaje que realizarán los protagonistas a Barcelona; y durante el cual, como Manuel irá conduciendo, Ana le mondará la fruta y se la irá introduciendo en la boca. Y así, entre lametazo y lametazo, y habiendo dejado las disquisiciones y los remordimientos fuera del coche, a ambos les parecerá estar en el cielo.
Pero hete aquí que el confesor entrometido le conseguirá a Manuel un trabajo en Venezuela y lo mandará para allá. Unas noches antes, tumbados en la playa y contemplando las estrellas, los amantes se dirán adiós, mientras en el tocadiscos de un bar cercano suena “Dio come ti amo” de Domenico Modugno.
Amigos, sed benevolentes. He hecho el escrito deprisa y corriendo. Lo único que pretendo es haceros reír.

viernes, 8 de enero de 2016

Ja sóc aqui


Cuando voy al pueblo, a veces llego hecha unos zorros. Esto puede deberse a que la noche anterior no suelo dormir bien; a que es un viaje muy largo; a que ya voy siendo mayor...
En estas ocasiones, lo que menos deseo es que alguien me vea en semejante estado. Por eso, por si me cruzo con algún paisano antes de alcanzar el amparo de mi casa, en las afueras del pueblo me pongo las gafas negras y me doy carmín en los labios. Así adquiero la apariencia de una estrella decadente y con glamour; y así, si se da la anterior circunstancia, salvo mi ego.
Cuando arribo a mi casa, entro en la misma por la puerta cochera; y hasta al cabo de día y medio, no salgo por la principal para decirle a mis vecinos que ya estoy allí. En ese intervalo entre puerta y puerta, estoy fuera del escenario; entro en tiempo muerto; me relajo...
También me voy familiarizando con la casa. Veo que no sirvió de nada embolsar las uvas de la parra porque las avispas se las han comido; que las paredes del patio tienen desconchones; que las puertas del cuarto de baño se han hinchado a causa de la humedad y no encajan en los marcos... En este punto, mis padres y mis suegros me sonríen desde sus retratos de boda, y yo miro al crucifijo de la escalera y me encomiendo a Él. Veo las palabras más bellas del idioma lustrando las paredes del frigorífico; y la estrofa de “Ojos verdes”, en la puerta del mismo, me hace sonreír. Las chapas de la publicidad de Coca-Cola a lo largo del tiempo siguen en su sitio; y la colección de Andy Warhol que publicó el periódico, también.
Este escrito se lo dedico a mis amigas del pueblo. Sus nombres son: María José, Ana María, Maxi, Isa, Vicenta, María Jesús, Mercedes y María. Mis amigas son guapas, listas y bondadosas; y como yo, hace tiempo que aprendieron a reírse de sí mismas.