Ayer
tarifé con una amiga. Lo sentí mucho, pero me faltó al respeto y
eso no lo puedo consentir.
Fue
en el Mercat dels Encants, después de comprar un mundillo y bolillos
de colores.
Mi
amiga, que es más buena que el pan, va por el mundo dándoselas de
brava y esto la va abocando a quedarse sin amigos. Su problema es que
es muy vulnerable y la han hecho mucho padecer; y como es incapaz de
encontrar la felicidad, se resarce dando coces a diestro y siniestro.
Atendiendo a estas circunstancias, yo le he disculpado muchos
exabruptos, pero mi paciencia tiene un límite y ayer lo rebasó.
Todo
sucedió en el bar, cuando después de recorrer las galerías desde
los puestos de quincalla a los de antigüedades, nos sentamos a tomar
un piscolabis. Mi amiga sacó su iPad y me pidió que leyera un
artículo cuyo tema no hace al caso. Lo leí con atención y
enseguida me percaté de que era infumable; de que estaba pésimamente
escrito y resultaba trasnochado. Bien, pues como se me ocurrió
opinar que era mediocre, y por lo visto a ella le parecía el súmmum
de la calidad, me tachó de un sinfín de cosas, y prácticamente me
insultó.
Ya
he dicho que lo siento, pero el camino no es ir ofendiendo a los que
te quieren por muy mal que lo estés pasando. Lo que procede es
confiar en ellos y cultivar su amistad.