Queridos tíos:
Aquí en el pueblo casi todos los bachilleres estudiamos en
la academia “Cimas Nevadas”. El cuerpo de profesores de este centro lo forman
Don Bernardo, que es el director; su primo, Don Manolo; y su mujer, Doña
Abundia. Don Bernardo enseña las asignaturas que él considera de más entidad;
Don Manolo las medianas; y Doña Abundia las “marías”. Don Bernardo tiene un
humor muy cambiante: en un momento pasa de estar exultante y cantando canciones
patrióticas a tener el ánimo por los suelos y enmudecer. Además, cuando lo
exasperamos porque no nos sabemos la lección, se da coscorrones contra la pared
pidiéndole a Dios que nos perdone porque no sabemos lo que decimos. Don Manolo
es un maestro corriente; y Doña Abundia es paciente, dulce y apocada. Por lo
bien que utiliza el punto y coma en sus escritos (cartas y demás), lo más probable
es que ella sea la más inteligente y culta de los tres, pero su talento no lo
puede demostrar porque su marido ha dispuesto que solamente se encargue de las
clases de Labores y Gimnasia Femenina.
A mí, la asignatura que menos me gusta es la de costura. No
distingo la batista del hilo, ni el raso del tafetán; y soy incapaz, por mucho
que me esfuerce, de hacer bien el pespunte, el hilván, la vainica o los
bodoques. Mis ojales, por ejemplo, parecen perdigonadas.
Las clases de gimnasia (sueca) las chicas las damos dentro
de la academia. Vamos vestidas con la ropa y el calzado que llevamos por la
calle; y Doña Abundia nos dirige los ejercicios ataviada con su falda de tergal,
su rebequita de punto y sus zapatos de medio tacón. Para el examen es
obligatorio el uso de uniforme: falda tableada azul, pololos, zapatillas y
blusa blanca. Los chicos en cambio hacen la gimnasia en el patio. Corren,
saltan el plinto, hacen el pino y de vez en cuando Don Bernardo y Don Manolo se
los llevan de excursión al campo.
Bueno, en la próxima carta ya os contaré más cosas sobre mis
actividades escolares.