Cuando este verano Isabel se
enteró de que Paquita, su amiga de la infancia, vivía en el pueblo, sintió
curiosidad y ganas de verla. La llamó por teléfono, y después de decirse los
saludos de rigor y de recordar (simulando entusiasmo) alguna anécdota compartida,
quedaron en verse. El lugar elegido para el encuentro fue la casa de Paquita, porque
ésta se empeñó en que así fuera. Isabel se figuró que su amiga vivía en lo que
en el pueblo llaman una casa “hermosisma”, y que quería enseñársela.
Llena de
curiosidad y con los perejiles puestos, acudió a la cita. Al llegar a la
dirección indicada, se encontró una casa con muy buena pinta que ocupaba una
manzana. La fachada era de color crema, y en las ventanas y balcones había
profusión de geranios sospechosamente iguales.
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