domingo, 14 de julio de 2013

Maledicencia


En mala hora le toqué la cara y le dije que estaba muy fresquito a Ramiro, el marido de Rosalía. Desde entonces, ésta apenas me habla. Fue nada: el verano pasado, un día de tremenda calorina, nos encontramos por la calle el susodicho y yo, y como hacía bastante tiempo que no nos veíamos nos saludamos con un beso. Al juntar mi cara con la suya noté que estaba frío como un polo, y entonces, de manera instintiva, llevé mis manos a sus mejillas e hice un comentario acerca de su frescor. Me explicó que se acababa de duchar con agua del pozo y que se iba al bar a echar una partida con los amigos. Después, nos despedimos y cada uno se fue por su lado.
Luego no sé lo que pasó: no sé si Ramiro, haciéndose el irresistible, le contó una milonga a Rosalía, o algún vecino maledicente le fue con un cuento. Lo cierto es que, a raíz de aquello, la desconfianza se ha interpuesto entre nosotras.

Para Ramiro, que es panadero, el encuentro también ha tenido consecuencias. No ha podido hacer un curso sobre el arte de hacer madalenas (se moría por hacerlo) porque la escuela de repostería la regento yo, y eso para Rosalía era un peligro.   

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