Mi tía abuela Amalia me hizo
chocolatera y curiosa, y a fe que las dos aficiones me han hecho disfrutar. Mi
tía se había quedado soltera, y para poder vivir había puesto una pensión.
Cuando iba a verla, después de besuquearme como a una hija, me daba una onza de
chocolate negro y espeso que yo me comía en un santiamén (ver paladear y
degustar a los galgos siempre me ha dado repeluzno). El chocolate lo guardaba
en una alacena que olía a canela y que tenía los anaqueles cubiertos con papel
recortado. A veces, si había visitas, mi
tía sacaba de su interior una botella de chinchón y servía unas copitas.
Animadas todas, ellas con el chinchón y yo con el chocolate, nos sentábamos en
su cuarto de estar a conversar (yo escuchaba) y a mirar por la ventana. Como
ésta daba a la plaza, aquel salón era un lugar estratégico para estar al tanto
de todo lo que sucedía en el pueblo; y mi tía y sus amigas, con sus
comentarios, excitaban mi curiosidad. Ese afán por conocer el mundo que me
rodea me ha acompañado siempre: sólo que el ventanal ahora es la radio, la
prensa o Internet; y el chocolate ya no es tan duro y tan amargo como entonces.
miércoles, 26 de febrero de 2014
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1 comentario:
Es un texto maravilloso, yo también considero que es una gran verdad tener curiosidad y ansias de saber. Hay que vivir nuevas experiencias para comerse la vida a bocados y disfrutar de cada momento.
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