miércoles, 26 de febrero de 2014

Querida Tía Amalia


Mi tía abuela Amalia me hizo chocolatera y curiosa, y a fe que las dos aficiones me han hecho disfrutar. Mi tía se había quedado soltera, y para poder vivir había puesto una pensión. Cuando iba a verla, después de besuquearme como a una hija, me daba una onza de chocolate negro y espeso que yo me comía en un santiamén (ver paladear y degustar a los galgos siempre me ha dado repeluzno). El chocolate lo guardaba en una alacena que olía a canela y que tenía los anaqueles cubiertos con papel recortado.  A veces, si había visitas, mi tía sacaba de su interior una botella de chinchón y servía unas copitas. Animadas todas, ellas con el chinchón y yo con el chocolate, nos sentábamos en su cuarto de estar a conversar (yo escuchaba) y a mirar por la ventana. Como ésta daba a la plaza, aquel salón era un lugar estratégico para estar al tanto de todo lo que sucedía en el pueblo; y mi tía y sus amigas, con sus comentarios, excitaban mi curiosidad. Ese afán por conocer el mundo que me rodea me ha acompañado siempre: sólo que el ventanal ahora es la radio, la prensa o Internet; y el chocolate ya no es tan duro y tan amargo como entonces.

1 comentario:

http://marcelo.blogspot.com/ dijo...

Es un texto maravilloso, yo también considero que es una gran verdad tener curiosidad y ansias de saber. Hay que vivir nuevas experiencias para comerse la vida a bocados y disfrutar de cada momento.