El trompetista tenía un modo de actuar que parecía
mismamente que te estuviera susurrando las canciones al oído. Interpretó filin
y boleros, y el rubio y yo bailamos y volvimos a bailar, y nuestro baile fue la
comidilla del pueblo durante meses. Apenas recuerdo de qué hablamos. Creo que
me dijo que era camionero y fan de Manolo Escobar; y yo, probablemente, me
declaré existencialista.
Una montonera de años después, en el juego de la cucaña, en
las fiestas de mi pueblo, vi a un viejo enjuto y con gafas que no paraba de
mirarme. Mi vecina me dijo que era él, pero se debió de confundir porque los
ojos de aquel viejo no me daban frío ni calor, y si hubieran sido los de mi rubio me
hubieran vuelto loca.
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