Unos días antes de que la derruyeran, entré por última vez
en la casa de Begur. Lo hice llena de nostalgia porque allí transcurrió mi
juventud, y porque la mayoría de las personas que estaban a mi lado entonces
han desaparecido. Mis padres han muerto; mis hermanos formaron sus propias
familias; y con amigos, quereres y demás fui perdiendo el contacto a lo largo
de los años. Anduve por todas las habitaciones reviviendo el pasado, y en
cierto momento (no sé si debido a la emoción o a un chupito que me había
tomado), comencé a levitar. Suspendida en las alturas, observé cómo los
fantasmas de la casa cobraban realidad e iniciaban una representación de momentos
de mi vida. Me vi, cuarenta años atrás, cenando con mi familia en Nochebuena;
encontrando a mi tía a punto de insolarse el día que se quedó encerrada en la
terraza; escuchando las historias de mi abuela; registrándole la maleta a un huésped mientras mis hermanos lo entretenían en el jardín; bailando con el barbudo que me epató declarándose agnóstico; y en los brazos de Ramón el día que vino
a vernos.
miércoles, 13 de noviembre de 2013
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1 comentario:
Es un relato interesante, al estilo de García Marquez. En efecto, los recuerdos más bonitos son los más cotidianos!!
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