Durante años, lo único que vi de aquella mujer fueron sus piernas. Como la susodicha no podía bajar las escaleras de su casa y a mí me imponía acceder al piso superior, cada vez que iba a darle algún recado me encontraba con sus enormes patas detenidas en el rellano que quedaba sobre mi cabeza.
Patas y sólo patas. Dos piernonas embutidas en negras medias de lana que salían de debajo de un mandil. Y arriba del delantal nada; el borde del cielorraso me cercenaba el campo visual...
Un día, esas extremidades que me hablaban desde el último peldaño hicieron ademán de descender y yo huí despavorido. No quise saber si por encima de ellas había torso y testa o si realmente la figura de mi interlocutora terminaba a la altura del faldar...
Nieves Correas Cantos
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