Aquel muchacho causaba sensación, sobre todo cuando sonreía. Entonces la cara se le iluminaba y sus negros ojazos parecían dos faroles con formidables reverberos. Le decíamos el Francés porque vivía en Francia; y, aunque hacía poco tiempo que había emigrado con sus padres a dicho país, el primer verano que volvió al pueblo ya tenía acento galo. Muchas púberas estábamos enamoradas de él; prendadas de su risa. Pero el jovenete, teniéndose por un bien universal, con todas se mostraba dadivoso y a ninguna distinguía. A mí me regaló uno de sus resplandores faciales un domingo al salir de misa. Me llamó a la vez “petite fleur”; y con este requiebro y el sonriso me adentró en un mundo nuevo de fantasías...
Cuando volví a mi casa henchida de emoción, puse en el tocadiscos “Pequeña flor” interpretado por Sidney Bechet. Recuerdo que mientras las notas del clarinete se esparcían por la habitación, comencé a notar su ausencia...
Nieves Correas Cantos
No hay comentarios:
Publicar un comentario