Debido a que soy muy corto de genio, los individuos que se muestran autosuficientes me caen fatal. Se me representan en la mollera como pavos engreídos y sus voces pedantescas me provocan repulsión. Si no fuera porque me veo obligado a relacionarme con algunos de ellos, los excluiría a todos de mi alrededor.
Mi tirria hacia estas personas viene de antiguo. De cuando un gerifalte de mi pueblo nos proponía acertijos a los chiquillos para comprobar nuestro grado de agudeza. Recuerdo que yo no acertaba ninguno de sus enigmas. Y lo mismo daba que el logogrifo tratara de frutas:
“Oro parece,
plata no es,
el que no lo adivine.
bien tonto es”
que de nombres:
“Este banco está ocupado
por un padre y por un hijo
el padre se llama Juan
y el hijo ya te lo he dicho”
¡Daba igual! Lo cierto era que servidor nunca los resolvía y que, en cambio, otros muchachos enseguida hallaban la solución: ¡Plátano! ¡Esteban!, gritaban. Y no es que yo fuera tonto. ¡Qué va! Lo que ocurría es que en presencia de aquellos sabiondos mi espíritu se encogía y no podía ni pensar...
Nieves Correas Cantos
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